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A

l llegar a Sigüenza, se despliega una topografía de pequeños cerros coronados por ruinosas fortalezas que, en otro tiempo, formaban parte del cinturón defensivo de vanguardia de la ciudad mitrada de Sigüenza.

La impresión se acentúa al recorrer las calles onduladas, entretejiéndose entre ellas las plazas, los bellos rincones, las travesañas que nos hablan de leyenda y de historia.

La vetusta ciudad de Sigüenza tiene noble e interesante historia en los anales de la Iglesia y de la Patria. Es pródiga su historia en aconteceres gloriosos.

De origen arévaco, la muy noble y fidelísima ciudad de Sigüenza ha conservado, a través de tantos siglos y de tantas mudanzas, la raíz céltica de su nombre, que eleva su abolengo a los orígenes de nuestra Patria.

En la época romana se llamaba Segontia. Luego, tras el paréntesis visigodo, los musulmanes potenciaron su situación estratégica con el levantamiento de buenas defensas, y dominaron el territorio hasta que un 22 de enero de 1124, día de San Vicente Mártir, Bernardo de Agén, de nacionalidad francesa, hombre fogoso, mitad monje -pues era cluniacense- y mitad guerrero, se apoderó de la ciudad y expulsó a los muslines.

La ciudad del Doncel es todo un símbolo. Fue, en tiempos pretéritos, uno de los puntos clave del sistema de baluartes defensivos que cerraban la frontera contra el Islam.

Sigüenza ha sido enriquecida por una pléyade de Cardenales y Obispos insignes, que decoran la joya preciosa de su Catedral, asombro y pasmo del arte.

En la cumbre, su histórico Castillo, palacio de los Obispos y Señores de la Ciudad hasta fecha relativamente reciente, fue testigo de sangrientas escenas en tiempos árabes, y de las lágrimas de doña Blanca de Borbón.

En el centro, su Catedral-fortaleza, majestuosa e insigne, de severa e imponente arquitectura, dominando, cual guerrero gigante, el hacinamiento de los edificios de la ciudad, los cubos de sus murallas y las torres de sus iglesias.

En el corazón de España y en la región de Castilla, la hidalga, tiene su asiento Sigüenza, la «Ciudad del Doncel» -estatua acodada y yacente sin par en la estatuaria mundial- ciudad castellana, la «ciudad del silencio y de la luna», en frase de Alfredo Juderías, la del límpido cielo azul, perfumada con esencias yodadas de sus extensos pinares, de frondosa «Alameda» a orillas del Henares.

Museo vivo de arte: románica, cisterciense, gótica, renacentista, plateresca, barroca, neoclásica… Sus iglesias y conventos, la Universidad de San Antonio de Porta Coeli, la Alameda del Obispo Vejarano… todo, todo en ella nos habla de sus pasadas grandezas.

Este es el marco que guarda uno de los más bellos cascos urbano-arquitectónicos de España y los venerables muros de una de las más antiguas catedrales españolas.