“Verdaderamente ha resucitado el Señor y nosotros sus testigos”, exclamaban los apóstoles tras la resurrección de Jesús. También nosotros, los cristianos del siglo XXI y de todos los tiempos, hemos de ser testigos de la resurrección, el acontecimiento definitivo que lo cambia todo para bien y que expresa, asimismo, el anhelo más profundo del corazón humano.
Nuestra fe en Cristo resucitado nos viene a través de la Iglesia, que nos transmite el testimonio de los apóstoles, que vieron el sepulcro vacío y creyeron (Evangelio), y convivieron con Él después de resucitar (1ª lectura).
El día de Pascua, el Domingo (Día del Señor) es el día en que actuó nuestro Dios (salmo responsorial) con la resurrección de Jesús, anticipo, primicia y garantía de nuestra resurrección.
Dejemos atrás, pues, “la levadura de la corrupción y de la maldad” y seamos “panes ácimos de sinceridad y verdad”, mediante la eclesialidad, la escucha de la Palabra de Dios, la participación en la eucaristía, el compromiso misionero y la caridad.