La más bella bóveda de la catedral de Sigüenza es la gótica de la capilla de la Concepción, en el claustro, cerrada tras la pasada guerra civil y reabierta hace una decena de años. Desde 2014, en esta capilla se muestra un óleo de El Greco sobre la anunciación y encarnación.
La nave también catedralicia del Evangelio, en sus primeras estribaciones, guarda otro bellísimo espacio dedicado a la Virgen. Es la capilla, de combinado y florido estilo cisneriano, de la Anunciación, también llamada de la Purísima desde que, en 1905, para conmemorar las bodas de oro de esta definición de la Inmaculada, se instaló allí una bella talla murillesca de María Purísima en su Concepción, realizada por el entonces afamado escultor catalán afincado en Madrid Francisco Font i Pons.
En 1644, siendo arzobispo-obispo de Sigüenza Fernando de Andrade y Sotomayor, Rey de las Españas Felipe IV y Romano Pontífice de la Iglesia Católica Urbano VIII, el cabildo de la catedral seguntina emitió un solemne voto y juramento de defensa de la Inmaculada Concepción de María.
Este juramento es anticipo de unas súplicas por la Inmaculada Madre del redentor que la iglesia seguntina elevó a Clemente XII, Papa entre 1730 y 1740 y quien estuvo a punto de definir este dogma mariano. La primera de ellas es del entonces obispo de Sigüenza fray José García y Castro (1727-1746), franciscano, fechada el 12 de octubre de 1732. Ese mismo día la Universidad de Sigüenza, con su rector, Miguel Falcó, y los catedráticos de Teología y Derecho, Manuel Lázaro y Blas Minayo, hacen lo propio. Por fin, el 17 de octubre del mismo año el cabildo seguntino eleva una nueva súplica, firmada, primeramente, por su deán Antonio Carrillo de Mendoza, y que es todo un tratado teológico sobre la Inmaculada Concepción.