Joven sacerdote misionero claretiano de origen extremeño, mártir en Sigüenza el 27 de julio de 1936, beatificado el 13 de octubre pasado.
Jesús de las Heras Muela
El pasado, domingo 24 de noviembre, fiesta de Cristo Rey y clausura del Año de la Fe, la ciudad de Sigüenza rindió homenaje al padre José María Ruiz Cano, misionero claretiano, martirizado en la falda del Cerro del Otero (carretera Sigüenza-Guijosa) el 27 de julio de 1936 y declarado beato por el Papa Francisco, junto a otros 521 mártires del siglo XX en España, el 13 de octubre pasado en Tarragona.
El acto se celebró en el mismo lugar donde se levantó una cruz-memorial en su honor. En dicho memorial, en parte superior, se ha esculpido ahora en piedra una pequeña lápida que hace referencia a la beatificación del joven sacerdote martirizado en Sigüenza.
En el acto, presidido por el obispo diocesano, participaron sacerdotes, los hermanos mayores de las principales cofradías seguntinas con sus correspondientes insignias, una representación del ayuntamiento y muchos fieles.
El acto consistió en la bendición de la nueva placa, la lectura de una breve semblanza del nuevo beato, la renovación de las promesas bautismales, el rito de la paz y la bendición final.
¿Quién era el padre Ruiz Cano?
El 3 de septiembre de 1906 nació en Jerez de los Caballeros (Badajoz) José María Ruiz Cano. A los seis años ya era alumno de los Claretianos. En 1920 ingresó en el seminario menor o postulantado de Don Benito. En 1923 regresó a Jerez de los Caballeros a realizar el noviciado. En su Diario, con fecha 7 de junio de 1924, José María Ruiz Cano, con 18 años, escribe: “7 de junio de 1914/7 de junio de 1924. ¡Qué días tan felices para mí! El mismo día en que se cumplen diez años de mi Primera Comunión me he consagrado enteramente a Vos, Madrid. ¡Qué felicidad! Totus tuus sum ego (Soy todo tuyo)”.
El 15 de agosto de 1924 realizó ya la primera profesión religiosa, pasando a cursar estudios de Filosofía en el colegio de Aguas Santas, también en Jerez de los Caballeros. Tres años después, en marzo de 1927, escribe en su Diario: “Y si no fuere de ello indigno, te pediría, mi Buen Jesús, la gracia del martirio cruento a la hora de mi muerte con que sellar el continuo incruento de mi vida religiosa”. Todavía no había comenzado la persecución religiosa.
Estudió Teología en Zafra y fue ordenado sacerdote en Badajoz el 29 de junio de 1932. Fue destinado a Aranda de Duero y desde allí, el 14 de marzo de 1933, vuelve a escribir en Diario, dos años después de haber comenzado ya la persecución religiosa: “¡Señor!, por la fe de estos pueblos salva a España, la pobre y abatida España. ¿Qué será de su suerte próxima? Hágase tu voluntad, pero en este caso dadnos tu gracia para beber el cáliz amargo de la persecución y del martirio. Hacedme digno de él si llegara el caso… Fortaleced a los débiles y fortalecedme a mí el más débil y desagraciado”.
El 2 de junio de 1933 fue destinado a Sigüenza como auxiliar de la formación de los postulantes del seminario claretiano. Un año más tarde pasa a ser prefecto de formación. Unos días antes de su martirio, el padre Ruiz Cano había recibido una comunicación de sus superiores en el que le anunciaban su próximo traslado al seminario mayor claretiano de Plasencia.
El 25 de julio de 1936 la ciudad de Sigüenza fue tomada por el ejército republicano. Inmediatamente después comenzaron los saqueos, incendios y persecuciones contra la Iglesia. El padre Ruiz Cano fue una de las primeras víctimas.
Su martirio
Así las cosas, los superiores del seminario claretiano de Sigüenza decidieron apresuradamente la dispersión del centro: sesenta pequeños seminaristas. El padre Ruiz Cano los congregó en la capilla. Y allí, ante el sagrario, ante la imagen del Corazón Inmaculado de María, volvió a ofrecerse por todos: “Si queréis, Madre, una víctima, aquí me tenéis; escogedme a mí, pero no permitáis que suceda nada a estos inocentes que no han hecho mal a nadie”.
Y los postulantes comenzaron a marcharse. Algunos se quedaron en casas de familiares y amigos de Sigüenza. Otro grupo fue al pueblo vecino de Palazuelos. El padre Ruiz Cano y la mayoría se dirigieron al también vecino pueblo de Guijosa. Era todavía el 25 de julio.
Al día siguiente, domingo 26 de julio, se quedó ya solo en Guijosa con los más pequeños de los seminaristas claretianos. El lunes 27, a primera hora de la mañana, celebró para ellos la misa en la iglesia parroquial. Fue su última misa y durante toda ello no cesó en lágrimas.
Al mediodía del lunes 27 de julio llego a Guijosa una caravana de coches con letreros de la FAI y de CNT. Los milicianos enseguida se pusieron en la búsqueda del sacerdote y del padre Ruiz Cano, quien estaba en la casa parroquial y exclamó, con los brazos en cruz, “Virgen del Carmen, salvad a España”.
Lo detuvieron y le obligaron a vitorear al comunismo y a Rusia. “¡Viva Cristo Rey!”, “¡Viva la Virgen María!” fueron sus respuestas, mientras algunos milicianos intentaron matarlo ahí mismo. El responsable de la caravana se opuso y mandó que lo montaran en un coche. Lo sentaron junto a dos milicianos y arrojaron sobre él la imagen profanada de un Niño Jesús, sustraída de la parroquia de Guijosa. “Tomas, para que mueras bailando con él”, le dijeron. El padre Ruiz Cano abrazó dulcemente la imagen. Se la quitaron y la arrojaron contra el suelo.
Tras cerca de una hora y ver lograda la liberación para los seminaristas, partió ya la caravana de coches hacia Sigüenza. Al llegar, al cerro Otero, ya en las inmediaciones de Sigüenza, mandaron al padre Ruiz Cano salir del coche. El, con los brazos en alto en forma de cruz, se encaminó hacia el monte, perdonando a sus verdugos y bendiciendo el nombre de Dios. Un grupo de unos catorce milicianos hicieron una descarga cerrada. José María Ruiz Cano cayó boca arriba y con los brazos en cruz. Cayó mortalmente abatido, con el cráneo totalmente destrozado. Era la una del mediodía del lunes 27 de julio de 2936. El padre Ruiz Cano no había cumplido 30 años. Al día siguiente fue enterrado en el cementerio de Sigüenza. Murió perdonando a sus verdugos y exclamando vivas a la Virgen del Carmen y a Cristo Rey.
¿Por qué lo buscaron, por qué lo mataron? No lo conocían de nada. Nada había hecho de malo, de delictivo. Testigos del crimen, incluso alguno de los integrantes de aquella siniestra caravana, afirmaron: “Supongo que al Padre lo mataron por ser religioso, puesto que no había otro motivo para ello”.
La Iglesia, ahora al reconocer su martirio y al beatificarlo, no busca ni señala a los autores del crimen sino que tan solo pretende hacer justicia con la víctima reconociendo de este modo su heroicidad y su condición de ejemplo y de modelo en la fortaleza y en la valentía del testimonio público de su fe, derramada como la de Cristo, perdonando como Cristo e intentando salvar a aquellos –los seminaristas del Colegio de Infantes de Sigüenza- que le habían sido confiados.
El 17 de diciembre de 1953 se abrió en Sigüenza el proceso de la causa de su canonización. Al marchar de Sigüenza, en 1959, los Padres Claretianos, la causa del padre Ruiz Cano se integró en una misma causa conjunta con la de otros quince misioneros claretianos asesinados también en 1936. El 1 de julio 2010 el Papa Benedicto XVI aprobó y reconoció el martirio. Y el Papa Francisco, mediante las correspondientes carta apostólica y celebración en Tarragona, inscribió al padre José María Ruiz Cano en el libro de los beatos.