A pesar de la distancia, Sigüenza está siempre presente en mi memoria y en mi corazón. Y cuando quiero hablar de Sigüenza no me es difícil elegir un tema. En el Palacio Arzobispal de Sevilla, existe una sala con un imponente artesanado, en la que se exponen los retratos de los Arzobispos y Cardenales hispalenses. Paso por ella con frecuencia y tengo bien localizados los retratos de aquellos que tuvieron alguna vinculación con nuestra tierra y, sobre todo, con nuestra ciudad. Ni qué decir tiene que los contemplo con especial afecto, pues me recuerdan mis raíces.
Fueron seis los Obispos seguntinos que ocuparan la sede de Sevilla, comenzando por el CardenalPedro Gómez Barroso, toledano, promovido a la sede seguntina en 1348. Fue enviado a prisión por el rey pedro I el Cruel por reprocharle el repudio a Dña. Blanca de Borbón. En 1358 fue nombrado Obispo de Coímbra y en 1364 de la sede de Lisboa. Cuatro años más tarde fue nombrado Arzobispo de Sevilla y en 1371 fue creado Cardenal. A él se debe la construcción de la torre del mediodía de nuestra Catedral, en la que campea su escudo.
Obispo seguntino y Arzobispo de Sevilla fue también el Cardenal D. Pedro González de Mendoza. Nacido en Guadalajara, fue promovido a la sede de Calahorra en 1453 y a la de Sigüenza en 1467. Nuestra Catedral y Plaza Mayor, plagadas de heráldica mendocina, son testigos de su generosidad sobresaliente y del especial cariño que profesó a la Diócesis de Sigüenza. De hecho, cuando en 1474 fue nombrado Arzobispo de Sevilla, quiso retener la sede seguntina y cuando en 1482 fue promovido al Arzobispado de Toledo, renunció a Calahorra y Sevilla, reservándose Sigüenza.
Fueron también Obispos de Sigüenza y posteriormente Arzobispos hispalenses el Cardenal dominico Juan García de Loaysa y Mendoza y D. Fernando de Valdés. Ambos se sucedieron en las dos Diócesis y ambos fueron inquisidores generales. El primero, nacido en Talavera de la Reina, llegó a Sigüenza en 1532 y pasó a Sevilla en 1539. En su pontificado fueron trasladadas las reliquias de Santa Librada al retablo plateresco que levantara D. Fadrique de Portugal. El segundo, asturiano de origen, fue fundador de la universidad de Oviedo. Nombrado Obispo de Sigüenza en 1539, fue trasladado a Sevilla en 1546. En Sigüenza colaboró en la obra de la Sacristía de las Cabezas y en Sevilla concluyó la torre de la Giralda.
Otro tanto cabe decir del gran teólogo dominico Fray Pedro de Tapia y del Cardenal Francisco Javier Delegado y Venegas. El primero, salmantino de origen, fue nombrado obispo de Segovia en 1641. Trasladado a Sigüenza en 1645, pasó a Córdoba en 1649, siendo promovido a Sevilla en 1653. De su paso por Sigüenza nos queda la magnífica reja que cierra el coro catedralicio, forjada por Domingo de Zialceta y Francisco Martínez. El segundo, nacido en Villanueva del Ariscal, en el Aljarafe sevillano, pero curiosamente entonces enclave de la Diócesis de León en el corazón de Sevilla, fue nombrado Obispo de Sigüenza en 1768, luego de un breve pontificado en Canarias. Fue trasladado a Sevilla en 1776.
Pocos Obispos han querido tanto a nuestra ciudad como el Cardenal Delgado y Venegas. Hay constancia documental del especial cariño con que desde Sevilla recordaba a su antigua sede seguntina. Lo prueba además su esplendidez con nuestra catedral. Amigo desde sus años de canónigo doctoral de Córdoba del eximio platero cordobés Damián de Castro, ya instalado en la sede hispalense, envió a Sigüenza la más hermosa custodia barroca que entonces existía en España, de 2,30 metros de altura y toda ella decorada en oro y plata con escenas del Antiguo y Nuevo Testamento. Desgraciadamente fue sustraída por los franceses en la Guerra de la Independencia, llevándose al mismo tiempo gran cantidad de objetos de plata regalados también por el Cardenal. Nos quedan, sin embargo, un cáliz y un copón de oro de magnifica factura y algunos otros utensilios litúrgicos. Cáliz y copón son muy semejantes a los que en las solemnidades utilizo en la catedral de Sevilla, que no sin cierta emoción me recuerdan mis orígenes y al Cardenal Delgado y Venegas, tan unido a la historia seguntina. Las religiosas Clarisas conservan en su convento de la Alameda un cáliz y unas vinajeras de plata sobredorada, con punzón de Damián de Castro, muestra también de la generosidad del Cardenal con esta comunidad.
Antes de concluir esta nota de carácter histórico, quiero mencionar a otros tres Arzobispos sevillanos, que aunque no fueron Obispos de Sigüenza, sí que nacieron en nuestra tierra. Me refiero al Cardenal Diego Hurtado de Mendoza, natural de Guadalajara, hermano del segundo conde de Tendilla. Fue nombrado Obispo de Palencia en 1481 y arzobispo de Sevilla en 1485. Creado Cardenal en el año 1500, fue un importante benefactor del Convento de Santa Ana de Tendilla. Paisano nuestro fue también el Cardenal Judas Tadeo José Romo y Gamboa, nacido en Cañizar, cerca de Torija, en 1773. Fue canónigo de Sigüenza, Obispo de Canarias en 1834 y Arzobispo de Sevilla en 1848 y 1855, donde realizó una excelente labor como pastor.
Le sucedió otro Arzobispo también vinculado a nuestra Diócesis, el Cardenal Manuel Joaquín Tarancón y Morón, nacido en Covarrubias, junto a Almazán, perteneciente entonces al Obispado de Sigüenza. Fue preceptor de las hijas de Fernando VII, la Princesa Isabel, futura Isabel II, y su hermana la Infanta María Luisa Fernanda de Borbón. Nombrado Obispo de Córdoba en 1847, pasó a Sevilla en 1857. Un año después fue creado cardenal.
Sus tratados contemplan cada día mis idas y venidas en la tarea que ahora la Providencia de Dios me tiene encomendada. Estoy seguro de que ellos me miran con afecto y alientan desde la eternidad mi servicio episcopal. Yo también los miro con cariño, pues mitigan la nostalgia de un seguntino en la diáspora que cada día recuerda con añoranza la ciudad que le vio nacer.
+Juan José Asenjo Pelegrina
Arzobispo de Sevilla